viernes, 8 de marzo de 2013

Desde Berlín con amor

Tras pasar una semana sabática en Berlín, he tenido mucho tiempo para pensar en muchas cosas. Por ejemplo, en el valor de tener a alguien que te quiere y te apoya, que te recoge cuando caes y que te seca las lágrimas cuando lloras, pase lo que pase. Es una sensación cálida, de seguridad y a la vez debilidad porque sabes que empiezas a depender de ese alguien. Pero te da igual mientras puedas escuchar su voz en tu oído. El problema viene cuando dejas de escucharla. Cuando lo último que escuchas en el aeropuerto es un "te quiero" entre llantos, adornado con besos húmedos de lágrimas. No. Mentira. Lo último que escuché antes de irme fue cómo mi corazón se rompía en demasiados trozos y demasiado pequeños como para recogerlos todos del suelo del aeropuerto de Tegel. Y es entonces cuando ese alguien los recoge y lo arregla y lo cuida, para devolvértelo en perfecto estado durante tu siguiente visita a Berlín.

(Y cuando me di la vuelta todavía notaba su mirada mojada clavada en mí mientras me alejaba de él.)

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